domingo, 1 de noviembre de 2009

LA RECORDADORA

Por Claudia Ayola

En clase de neurofisiología leí por primera vez Funes el memorioso, un cuento de Borges. Revisábamos el complejo tema de la memoria y las amnesias. El profesor intentaba hacernos entender que el olvido también era necesario. El personaje del cuento, Ireneo Funes, era incapaz de olvidar y a cambio recordaba cada detalle mínimo de todo cuanto había vivido y aquello que había sentido y pensado de lo que había vivido. La memoria de Funes le torturaba y como dice el autor al final del cuento, le era imposible pensar, porque pensar es olvidar un poco.
El juego entre la memoria y el olvido ocurre en un tablero en el que la conveniencia y la intencionalidad juegan un papel importante. Si bien recordarlo todo es una tortura, el olvido también es una trampa. Peter Burke, por ejemplo, menciona que en antaño existía un funcionario llamado “recordador”. La función del recordador, en palabras de Burke “era recordar a la gente lo que le hubiera gustado olvidar”
Es posible que el Funes de Borges no necesitara al recordador de Burke, pero nosotros de vez en cuando lo necesitamos. Yo seré una recordadora hoy. Recordaré algo que algunas personas querrán olvidar y que yo jamás querré haber vivido.
Rolando Pérez Pérez era un profesor de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, un profesional cubano que llevaba años formando estudiantes en los salones de clase de esta reconocida institución. Con lo que trabajaba le alcanzaba para vivir dignamente y para mandarle algo a su madre que es una viejita que aún vive en La Habana.
Hace dos años y medio una persona entró a la vivienda de Rolando y le atacó por la espalda con un martillo de construcción destrozándole el occipital. Yo lo vi muerto tendido en su cama. Creo que nunca había visto tanta sangre junta salpicada en las paredes. El asesino siguió golpeando su cabeza. Siempre me he preguntado la razón para seguir golpeando a un cadáver. No sè si se trata de un verdadero imbécil que no reconocía que su víctima estaba ya muerta.
Las autoridades dijeron a la prensa que se trataba de un crimen pasional, pero no estoy segura si es que en su código secreto crimen pasional significa crimen que quedará impune. Casi todos los crímenes del mundo son pasionales y ninguno lo es. Todos tienen que ver con las pasiones humanas.
El asesino de Rolando anda libre por allí, quién sabe dónde. El tipo del martillo en la mano puede estar frente a la casa de cualquiera o puede ser el nuevo novio de su hija. Puede ser el nuevo empleado que contrato en su empresa o puede ser el nuevo portero que cuida su edificio. Puede ser cualquiera. Un asesino suelto es un peligro para toda la sociedad.
Pienso en Borges, pienso en Burke y ahora pienso en Dostoyevski y su novela Crimen y Castigo. Es posible que el peor castigo del criminal sea vivir con su propia sombra. Es posible que el peor castigo sean sus propios sueños. Confío en que el señor Fedor Dostoyevski tenía razón y sabía cómo son estos asuntos. El asesino se castiga con su propia existencia.
Pero de poco nos sirve un asesino con moral y culpa. Nos sirve tener la tranquilidad de que se ha hallado al culpable, nos sirve tener la seguridad de confiar en que nuestras instituciones nos protegen y nos sirve saber que los seres humanos valemos y que cuando se halla a alguno con el cráneo destrozado, el resto no lo olvida.

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