domingo, 1 de noviembre de 2009

ESPERANDO LA ORDEN DE LA EPS

Por Claudia Ayola

A mis manos ha llegado una carta firmada con las iniciales de un médico radiólogo. La carta se titula “Para que no se repita, para que no le pase a otro”. Termina con unas emotivas y confesionales palabras que rezan “con profundo dolor”. El médico, en un tono pausado relata la experiencia de indolencia que llevó a la muerte a su hermana Esther, una mujer que el 26 de diciembre de 2008 fue llevada de emergencia a un centro hospitalario por presentar una súbita y transitoria pérdida del conocimiento.
El diagnóstico reveló la presencia de unos aneurismas cerebrales que, aunque en el momento permitían que la paciente estuviera estable, representaban un peligro de muerte inminente y requería inmediatamente un estudio más complejo.
El médico, a lo largo de su carta, narra la manera como se negaron realizarle el procedimiento hasta no tener la autorización de la EPS, empresa que emite la orden hasta el medio día del 27 de diciembre, pero la clínica se niega a realizar la intervención porque no autorizó los medicamentos y catéteres para el estudio y no pueden arriesgarse a perder dinero.
En vista de la situación, el médico decide trasladar a su hermana a otra institución en la que un grupo de médicos decide practicarle el procedimiento, pero los resultados requieren una intervención de neurocirugía de urgencia que se puede realizar únicamente en la primera clínica en la que fue atendida, por tener los materiales necesarios. Sin embargo, otra vez le informaron que hasta no tener tramitada la orden ante la EPS, el procedimiento no se le realizaría.
El médico, desesperado, ruega que intervengan a su hermana y ante la negativa ofrece un cheque en blanco como soporte mientras se gestiona la orden, pero insisten en que será imposible sin la autorización de la EPS. Las súplicas a sus colegas de nada sirven y antes de encontrar una alternativa por él mismo, la hermana del médico muere. Muere esperando una intervención que le salvaría la vida, pero que jamás llegó por depender de la orden de una EPS.
He pensado que algunas EPS trabajan como mecanismo de control demográfico, la natalidad que no se controla, se ajusta llevando a la muerte a quienes no tienen otra opción que ser víctimas del sistema. Las citas médicas son distantes, no importa que se trate de un diagnóstico en el que está en juego la vida.
La pobreza es un factor determinante, pues si bien como en el caso del desesperado médico, en muchas ocasiones tener la posibilidad de girar un cheque sirve de poco, ser pobre sí es una garantía para que además de la indolencia tenga una persona que asumir la humillación.
Estoy convencida de que hay médicos que trabajan por la vida y otros por la muerte, que mientras unos aún creen en la misión social de la medicina, otros creen ciegamente en servirle a quienes se enriquecen con la vida humana y hacen lo posible por venderse y vender a sus pacientes como kilos de carne en la plaza del mercado.
Mientras unos quieren ayudar, otros, los mercaderes, hicieron de la medicina un comercio, en el que el laboratorio que los financia les dice qué investigar, qué concluir en sus investigaciones, qué medicar y qué enseñar en las escuelas de medicina.
No sé cuántos sean de los unos y cuántos sean de los otros, pero lo cierto es que protegiendo los intereses de las EPS, dejan agonizar o morir a la gente. Se niegan camas en unidades de cuidados intensivos, no se autorizan procedimiento y se juega con la incertidumbre de los enfermos como si a ellos, a esos que se lucran, jamás les fuese a llegar la muerte. En esa triste hora cercana al sepulcro, de poco les servirá que estén confesados, pues corren el riesgo de encontrarse en el camino con todos aquellos que dejaron morir esperando la orden de la EPS.




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