domingo, 1 de noviembre de 2009

LOS ROSTROS DE EL SALADO


Por Claudia Ayola Escallón


En febrero de 2000, los paramilitares llegaron a El Salado y ejecutaron a 60 personas. El Salado, para ese entonces, era una población de cuatro mil habitantes que se alzaba impetuosa a 18 kilómetros de El Carmen de Bolívar. Los hombres armados se quedaron 4 días ejecutando saladeros y matando del pánico al resto.

El pasado domingo, la CNRR entregó el informe El Salado: Esa guerra no era nuestra y para ello se convocó a toda la comunidad, a aquellos que han regresado – que son la minoría- y aquellos que aún se encuentran desplazados, condenados al desarraigo, con la nostalgia de haberlo dejado todo.

El primer retorno de desplazados, después de la masacre del 2000, ocurrió 2 años después de la tragedia y cuentan que cuando volvieron se encontraron un pueblo tragado por la maleza. Poco a poco regresaron algunos, pero en el acto de entrega del informe de la CNRR, llegaban a El Salado muchos que no habían vuelto desde entonces. Llegaron de El Carmen, Sincelejo, Barranquilla y Cartagena, y a la entrada del pueblo la gente se reconocía a pesar del paso de los años y se abrazaban porque nunca se habían vuelto a ver.

Quise reclamarle a toda la gente de la CNRR y su equipo de Memoria histórica, cuando en la bodega de tabaco en la que se celebraría el acto, encontré a un hombre con una niña en los brazos señalando una fotografía de las otras tantas que colgaban de los muros y diciendo “Mira, esta es tu abuelita”. El hombre tenía los ojos llenos de lágrimas y yo sentí rabia porque supe que en los muros colgaban fotografías de las víctimas que habían muerto en la masacre. Me pregunté quién sería el infeliz al que se le había ocurrido hacerme semejante trampa, pues me encontraba allí frente a un hombre con su niña en los brazos y quería abrazarlo y llorar con él, y me dolió una gente que nunca había visto.

En Colombia aprendimos a sentir la magnitud de las masacres de acuerdo al número de muertos, pero jamás pensamos en sus rostros. Chengue, Mampuján, El Salado y Macayepo, por ejemplo, pasaron a ser cifras y datos en gélidos informes. Números, sólo números parecen importantes… y ni siquiera los números se ponen de acuerdo.

Cuando uno ve un rostro, un solo rostro víctima de la masacre de El Salado en la fotografía de su grado, con el gran diploma extendido, otro rostro en una fiesta infantil, rodeada de otros niños pequeños, tan pequeños como ella a la hora de su muerte, otro jugando en la gallera, un rostro con su hija cargada, quizá orgulloso de tenerla, un rostro en un matrimonio, otro con uniforme del colegio, fotografías del álbum familiar, que nos hacen saber que un muerto, no cien, un solo muerto es demasiado.

Camino a El Salado conocí a Candelario, tenía 5 años que no iba a su tierra. Me contó que en los días de la masacre le tocó esconderse en el monte. Su hijo pequeño tenía apenas 25 días de nacido. Después dijo, “una cosa es contarlo, otra cosa es vivirlo, eso nadie se lo imagina” Fue una cacería de seres humanos, se fueron aproximando poco a poco hasta rodear el pueblo. Los saladeros estaban desarmados y siguen esperando justicia y reparación, desarmados. Habría que ver las caras de tristeza al encontrarse con los rostros de sus muertos y las caras de felicidad al reencontrarse entre los vivos, otra vez allí, en El Salado.

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…Y HASTA AQUÍ LOS DEPORTES

Por Claudia Ayola Escallón

La gente se fue reuniendo en la autopista norte de Bogotá con el propósito de ver pasar el féretro en el que yacía el cuerpo de Jaime Garzón. Al hombre lo asesinaron con 4 balazos y días antes ya sabía cómo sería su muerte. Estaba amenazado y disimulaba bien su miedo.
El país entero estaba consternado y algunos se preguntaban qué había hecho el pobre Garzón para merecerse toda esa pólvora sobre su cabeza, cómo podían asesinar a un pobre hombre que tan sólo se ganaba la vida haciendo reír a la gente. Estaban equivocados, pues lo que menos definía a Jaime Garzón era el oficio de humorista, la risa era tan sólo su pretexto.
Ahora, 10 años después de su muerte, circula un video que han titulado “Jaime Garzón, el profeta”. Sin mayores detalles les contaré que con magistral audacia Garzón menciona que Álvaro Uribe “vislumbra este gran país como una zona de orden público total… y será él quien por fin traiga a los redentores soldados norteamericanos” Por supuesto, entre la política de seguridad democrática y el polémico tema de las bases norteamericanas, cabe la pregunta de hasta dónde podía ver Jaime Garzón una realidad del país que el resto ni siquiera era capaz de intuir.
En el 2006 conocí el discurso de Isaac Bashevis Singer al recibir el premio Nobel de literatura. El escritor lo tituló El profeta y el poeta y en su contenido asegura que en la historia de la antigua literatura judía no existía ninguna diferencia básica entre el poeta y el profeta. Puede que para el caso de Jaime Garzón se aplique bien la hipótesis del Nobel, esa estrechez entre todo acto creativo y la posibilidad visionaria. Es posible que toda narrativa literaria, que toda manifestación artística permita de alguna manera dibujar un mundo que el resto no somos capaces de sentir, un mundo invisible a los ojos del resto de los mortales.
En mi escueta búsqueda de supuestos puedo concluir que Garzón, mucho más que humorista y periodista tenía una capacidad de lectura distinta de la realidad nacional hasta el punto que, 10 años después de su muerte, nos hace sospechar que tenía poderes adivinatorios.
Encontré un libro: El manual de inquisidores para uso de las inquisiciones de España y Portugal, publicado por una editorial de Mompelier en 1821 por el inquisidor general de Aragón Nicolao Eymerico. Este texto ostenta una crueldad vergonzosa. Se aclara aquí que los adivinos deben ser procesados por el Santo Oficio. El Manual de Nicolao se justifica agregando que el quemar a un hereje es por su bien y sobre todo por el provecho y edificación espiritual de su pueblo, que siempre es más importante el bien público que el bien individual y que ese hombre que muere, en cierta forma muere por su obstinación.
Si hubiesen asesinado a Garzón por adivino, podría ser la misma razón por la que en los poderes absolutistas se han matado a las mentes ilustres, a los creativos, a los poetas y los escritores. La Inquisición mató lo que no podía entender y lo que sentía que ponía en peligro el único sistema de creencias “legítimo”.
En lo personal no me importa mucho quién mató a Jaime Garzón, me importa más lo qué lo mató. Tener el nombre del autor intelectual me da exactamente lo mismo, pues ni siquiera creo que merezca el apelativo de intelectual aquel que siega la vida de los intelectuales. Jaime Garzón o los adivinos y herejes señalados en el manual de Nicolao Eymerico, son asesinados por la misma fuerza que niega la vida misma y su posibilidad creadora de dibujar con palabras un mundo cuestionable.
Para el caso sólo pienso en las palabras que César Augusto Londoño dijo esa misma noche al cerrar su sección deportiva en el noticiero CM&, con un tono lastimero finalizó diciendo “y hasta aquí los deportes, país de mierda”



CASA POR CÁRCEL EN LA CALLE

Por Claudia Ayola

Cambiaré su nombre. Digamos que se llama Andrés. Tiene 19 años. Lo encuentro de vez en cuando caminando por las calles del centro, algunas veces está drogado. Lo conocí cuando tenía 13 años, lo llevaron casi muerto a un hospital en el que yo trabajaba. Una herida abdominal que le atravesaba el alma también.
Estuvo un mes en el hospital, recuperándose y luchando con la posibilidad de infectarse. Me sentaba a su lado sin saber qué hacer. A nadie le enseñan esto en las escuelas de psicología. La técnica psicológica finalmente es tan distante de lo que es un ser humano. Su cuerpo delgaducho pedía la droga y a la fuerza empezó a desintoxicarse. Enfrentaba un síndrome de abstinencia revolcado en la cama con la fiebre.
Pasaba horas al lado de Andrés y le cantaba. Sólo le cantaba. Él no quería hablar. En las escuelas de psicología deberían enseñar a cantar. Un día, después de muchos días de quedarme a su lado cantándole la misma canción, me atreví a tocarlo. Acaricié su pequeña espalda de un niño débil de 13 años, un niño que había vivido en la calle la mayor parte de su vida. Me habló. Me dijo que era la primera vez que alguien lo acariciaba.
Al salir del hospital estaba “limpio” como él mismo decía. Me pedía que lo ayudara, no quería más calle. Lo llevaron a una institución a la que él no quería ir, decía que todo iba a ser igual porque allí también había mucha droga. No hice nada. No pude hacer nada.
Lo encontré meses después deambulando una calle. Drogado. “La tía que me canta”, me dijo. Lo he visto crecer durante estos 6 años. Su espalda se ha ensanchado y la voz le ha cambiado. Somos amigos. Me siento a su lado y me cuenta un poco de todo. Hablamos de otros que conocemos, algunos que han muerto, otros que han matado. Me habla de gente buena que conoce, me dice que está juicioso, que una señora lo está convenciendo para que vaya a la iglesia, que un policía lo golpeó y lo más increíble de todo, que por posesión de drogas le dieron casa por cárcel.
“Casa por cárcel…”, qué significa eso para un joven que creció en la calle. Qué quiere decir casa por cárcel. Le dije que estaba cumpliendo la pena, porque la calle había sido su casa toda la vida. Andrés se sonríe. Tiene buenos modales y jamás me pide plata. Da las gracias siempre y me saluda cariñoso.
Los niños y las niñas que están en la calle son tan niños y niñas como aquellos que están en las casas. Los niños y las niñas que están en la calle sueñan con ser bomberos, astronautas y pilotos de avión. La droga no es una decisión para ellos, la droga es el camino oscuro al que llegan sus vidas desoladas de hambre y frío, el camino desolado con el que desean olvidar los golpes y los abuso que han recibido.
Cada niño y cada niña que crece en la calle es la muestra de la manera como hemos fracasado como sociedad en el mundo entero. La manera como se nos olvidó vivir a los unos con los otros y dejamos de acompañarnos los unos con los otros. La manera en la que empezamos a marginarnos los unos con los otros hasta que nos convertimos en una especie que desprecia a sus propias crías en contra de todo designio biológico, una especie que los conduce a gélidas calles y luego les escupe en la cara cuando se los encuentra en el camino.

EL CASO COCA COLA

Por Claudia Ayola
Cartagena pasó unos días sin agua y el caos se sintió. Algunas personas pensaron en el calentamiento global y un terror de fin de mundo se sobrevino. Recordé una crónica de García Márquez llamada “Caracas sin agua”. Mientras la leía sentía sed, una sed invocada por la sugestión de carecer del preciado líquido.
Con Cartagena sin agua por varios días y con el fenómeno del Niño que no parece muy infantil que digamos, mi sed encontró refugio en una Coca Cola fría. Recordé aquella imagen de mi abuela sentada en su mecedora al vaivén de la telenovela de la noche, siempre con una de estas bebidas al lado.
Recuerdo el dolor en los dedos de los pies cada vez que, por error, mi abuela me pisaba con la balanza de su mecedora metálica tejida con plástico azul. Así como no puedo olvidar lo fría que estaba la Coca Cola de la abuela, tampoco puedo olvidar todas las veces que salí llorando y además regañada por tener los pies donde no debía.
Algunos dicen que el agua será en el siglo XXI lo que fue el petróleo en el siglo XX y vaticinan la Guerra del agua. Por mi parte, ingenua o estúpida, me siento segura con mi Coca Cola en la mano. En un artículo del periódico El Universal de México escrito en agosto de hace 2 años, afirman que la Coca Cola Zero, por ejemplo, tiene ciclamato de sodio, un endulzante cancerígeno que en Estados Unidos está prohibido hace 40 años.
En México venden Zero y aquí en Colombia también. ¿Será que el efecto cancerígeno es sólo sobre la población norteamericana? No podría imaginarme algo tan perverso como que a países latinoamericanos nos dejen tomar algo que nos causará daño. Además la Coca Cola siempre muestra sus comerciales “para compartir un carrusel de luces y color”.
La inauguración de la 11° Muestra Internacional Documental arrancó con fuerza en la Biblioteca Nacional de Colombia, con la proyección de El Caso Coca Cola del director colombo canadiense, Germán Gutiérrez, y la directora española Carmen García. El documental narra la historia de Sinaltrainal y la United Steelworkers, que acusan a la multinacional de crímenes tan serios como secuestro, torturara y asesinatos a sindicalistas en Colombia, Guatemala y Turquía.
He visto sólo un tráiler que me dejó con muchas preguntas. Dicen que los directores siguen los pasos de dos abogados defensores de derechos sindicales y a un activista de la campaña Stop Killer Coke, mientras intentan obligar a la multinacional estadounidense a aceptar responsabilidad frente a las acusaciones.
No sé qué ilusión me hará sentir segura la próxima vez que la ciudad esté sin agua. Tal vez esperaré el calentamiento global, el mundo se está acabando y a quién le importa. El desenlace será fatal. Hace muchos años, cuando le pregunté a mi abuela si le temía a la muerte, me dijo: Uno ve tantas cosas, pero tantas cosas mijita, que un día uno se cansa y no quiere ver más. Una antipatía en su rostro me indicaba que de vez en cuando el mundo resulta inauditamente desesperanzador.

COMO PINTOR SIN LIENZO

Por Claudia Ayola
Alguna vez dije que odio la Escuela. Puede ser un absurdo cuando también es cierto que desde algunos años estoy convencida que la educación es la única estrategia efectiva para salir de la miseria a la que están condenados nuestros pueblos. Los pobres serán los más pobres. Se habla de la feminización y la infantilización de la pobreza. Son las familias pobres con mayor número de niños y niñas, aquellas familias que mañana serán miserables.
En el 2006 escuché los resultados de un estudio de la CEPAL que demostraba que la educación era la única manera para modificar la balanza que marcaba como destino seguro la pobreza de la pobreza. No cualquier educación. No basta con ir a la escuela y ya. No basta con aprender a leer y a escribir. Se necesita mucho más que eso para salir de pobre, pero por algo hay que empezar y obviamente la escuela puede significar un buen comienzo del camino.
Hace un par de días tuve la oportunidad de estrechar la mano de Edgar Morin. El hombre tiene una cara como si siempre se estuviese sonriendo. Ahora me cuesta imaginarlo preocupado por dar respuesta a los saberes imprescindibles para un sistema educativo.
A finales del siglo pasado, hace 10 años, Morin publicó Los siete saberes necesarios para la educación del futuro. Para entonces, Federico Mayor, exdirector de la UNESCO, escribió un prefacio en el que reconoce que la educación es “la fuerza del futuro” y señala la necesidad imperante de la transformación en las políticas y programas educativos.
Aún era pequeña mi hija cuando me dijo que, respecto al colegio, sentía que era como cuando a un pintor se le acaba el lienzo. Fue también en el colegio donde le insistieron que tenía que amar a Dios más que a su madre, lo que provocó en ella una intensa molestia en la que reclamaba que Dios era un señor que nunca había visto.
He visto niños y niñas que odian la escuela, que lloran cada mañana y ruegan para que los dejen en casa. Conocí a una niña que mojaba el uniforme como una estrategia poco efectiva de evasión a la escuela, considerando que una vez la hicieron ir con el uniforme mojado y le tocó esperar que se le secara sobre su frágil cuerpo sometido.
Mi hermano, por ejemplo, a los 6 años descubrió que tomar Coca Cola a primera hora de la mañana le provocaba vómito. Así parecía enfermo y le dejaban quedarse en casa. Muchas veces lo encontré en la puerta de la nevera, pegado a la botella esperando la razón para ser feliz por lo menos por ese día.
De eso se trata. De la felicidad. Mientras la escuela siga siendo tortura nadie saldrá de pobre y la CEPAL habrá perdido su tiempo y sus buenas intenciones. Mientras el maestro siga gritando y siga siendo el único dueño del conocimiento, mientras sigamos creyendo que vale la pena sacrificar la infancia para que sean alguien en la vida, como si ser niño o ser niña fuera ser nadie…, mientras no se aproveche el aula de clase para cuestionar el mundo, para cuestionarse a sí mismo, para preguntarse, para dudar, para soñar, para estar cerca de nosotros mismos y cerca de los otros, mientras se confunda disciplina con formación, mientras las tareas sigan la siendo la razón de las disputas familiares a las 7 de la noche, todos seguiremos siendo pobres, miserables y sobre todo inevitablemente infelices.

TOMMY MOTTOLA ES UN DEMONIO

Por Claudia Ayola

Jamás olvidaré la primera vez que vi a Michael Jackson. A casa había llegado nuestro primer Betamax. Mi abuela lo había traído de Panamá en uno de sus viajes. Para instalarlo no se requería subir al techo a arreglar la antena con un cálculo matemático, pero fue necesario leer bien las instrucciones, después de todo era la primera vez que teníamos un aparato así en casa.
Durante días vimos el video de prueba de Sony. Una niña rubia mostraba un emocionante camino con tonos azules y blancos perfectos en el que invitaba a entrar al mundo de Sonyland y su avanzada tecnología. La tierra Sony me parecía mágica. Me pregunto cuánto la marca se posicionó en mi cabeza frágil de niña de 9 años que pasaba horas sentada frente al televisor viendo el mismo video, en un lavado de cerebro aleccionante y peligroso.
Ya me sabía de memoria la película de Sonyland cuando a casa llegó el video de Michael Jackson. Vestía una chaqueta roja y bailaba de una manera que nunca había visto. Aunque el joven hombre negro cantaba algo que yo no entendía, lo alcanzaba a adivinar por la narración de las imágenes. Michael Jackson se metió en nuestro Betamax una y otra vez y la vieja película de Sonyland quedo sucia en un rincón que luego el perro de la casa orinó con rebeldía. Por asco nadie quiso volver a tomar el video de Sonyland y terminó en una bolsa de basura.
En junio de 2002, las cámaras captaron unas imágenes del rey del pop hablándole a su público en un escenario de Londres. Uno de los presentes llevaba un pequeño letrero que decía Sony kills music, que traduce Sony mata la música. Jackson tomó el anuncio en sus manos y en lugar de cantar dio un discurso sorprendente en el que decía que grandes artistas tenían historias similares, eran personas que trabajaban muy duro y la historia siempre terminaba igual “ellos terminan tristes, deprimidos y solos, porque las compañías se aprovechan de ellos”
Michael continuó diciendo que él era una persona libre y que sólo grabaría un año más con Sony “Estoy dejando la compañía y ellos están molestos conmigo…, la forma como quieren vengarse es intentando destruir mi álbum, pero yo siempre digo: el arte bueno nunca muere”
El público aplaudió exaltado cuando el artista dijo, refiriéndose al alto ejecutivo de la Sony, “Tommy Mottola es un demonio”. Michael afirmó en público que Tommy Mottola era un horrible ser humano. Dijo “no podemos dejar que hagan esto con grandes artistas” y terminó afirmando “Les prometo que los buenos ganarán al final”
Del rey del pop se ha dicho mucho. Personalmente he dicho que demasiado despliegue noticioso para la muerte de un fulano y demasiado silencio frente a la muerte de otros tantos. Sin embargo, a pesar de mi resistencia por importarme que Michael Jackson haya muerto, algo en mí siente nostalgia. Creo que un ícono de la música, que se mantiene por tanto tiempo, se vuelve como un buen perfume que nos acompañó a crecer. La muerte de Jackson nos convierte a los demás en unos sobrevivientes que nos pasamos la vida, entre otras cosas, despidiendo gente que muere.
Nunca imaginé a Michael Jackson en ese discurso de resistencia en contra de la Sony. Me hizo pensar en la gente que ha protestado en contra de las grandes multinacionales, algunos de ellos han resultado muertos. ¿Pero Michael, el mismo Michael con su atuendo excéntrico? No es mi versión de un sindicalista. Beat it, Thriller y Billie Jean se posicionaron en nuestro viejo Betamax. Tal vez el más inteligente de la casa fue mi perro, quien en un acto de irreverencia levantó su pata y orinó para siempre a Sonyland.

NO SON LAS VÍSCERAS

Por Claudia Ayola

Con toda la controversia de la ejecución del hipopótamo, en la página del Ministerio de Medio Ambiente se abrió un foro virtual. Sugiere el webmaster que antes de escribir la opinión al respecto, debemos leer un documento que figura en la misma página, que se titula “Hipopótamos: La verdad”
No tenía la mínima intención de opinar nada, pues en ocasiones para lo absurdo no existen otros calificativos, pero decidí entrar a leer el documento que señalaba “la verdad” frente a los hechos que rodearon la muerte de un hipopótamo con la autorización del Ministerio de Medio Ambiente.
Este documento, con nombre de película de policías gringos, parece un archivo con evidencia en contra del hipopótamo. Me confundió. Por qué parece que se hablara del enemigo, por qué parece que se hablara del objetivo militar ¿acaso un hipopótamo no es un animal salvaje que debemos proteger?
Expresiones como: expediente de los hipopótamos, ingreso al país, salida de la hacienda Nápoles, antecedentes de los hipopótamos de la hacienda Nápoles, un pie de una fotografía que dice “Ternero víctima de los ataques de uno de los hipopótamos”, otro pie de fotografía que dice “detalle de la herida causada por uno de los grandes colmillos de los paquidermos” y unas cartas de apoyo, hacen parte del contenido de “Hipopótamos: La verdad”
En el documento hay incluso un link con el video testimonial de un ganadero que habla de los peligros que representaba el hipopótamo ejecutado. El animal cometía crímenes terribles, pues mataba a los terneros antes de que fueran llevados al matadero y consumidos en la cena del domingo acompañado de una buena porción de papas fritas. Era un completo asesino ese hipopótamo cruel que impidió que un par de terneros llegaran al plato de alguien.
En una reconocida cadena radial se explicó que el informe entregado por Corantioquia sobre la cacería del hipopótamo, dice que la entidad avaló la presencia de Federico y Christian Pfiel Schneider, dos extranjeros que figuran como los representantes de la Porshe en Colombia, y quienes fueron los encargados de la cacería del animal para su colección privada.
Soy carnívora. Como carne hasta en el desayuno. Como carne roja. No soy vegetariana. Dejo la luz encendida, consumo más plástico y papel del necesario. No reciclo. Uso vehículos aún para recorrer cortas distancias. Gasto más agua de la necesaria. Todo esto, aunque me da vergüenza, lo hago. Lo hago de la misma manera que lo hace la gente que está tan equivocada como yo. No soy ecologista ni ambientalista, no pienso cada noche en el calentamiento global, ni me la paso sufriendo porque los osos polares dejaran de existir en poco tiempo.
Sin embargo, la ejecución del hipopótamo con el aval del Ministerio del Medio Ambiente, resulta un despropósito. En Colombia parece más fácil usar una bala que resolver un problema y me da risa que el Ministerio, con el fin de defenderse, culpa al hipopótamo. Reacción pueril.
Me da risa que tenemos la guerra y el conflicto armado tan metido en la cabeza que le abrimos un ridículo expediente a un animal muerto para hacerlo pasar por un asesino. Me da risa que aparezcan los nombres de estos virtuosos cazadores, que estoy segura, no ejecutaron al hipopótamo por un admirable acto de altruismo. Es una risa nerviosa, la risa que me produce el dolor.
Dicen que las vísceras del hipopótamo no fueron enterradas adecuadamente y que por días un pestilente olor invade toda la zona. Tengo una teoría: No son las vísceras del animal, son los cerebros de aquellos que tomaron esta decisión y la ejecutaron. Apestan.