domingo, 1 de noviembre de 2009

CASA POR CÁRCEL EN LA CALLE

Por Claudia Ayola

Cambiaré su nombre. Digamos que se llama Andrés. Tiene 19 años. Lo encuentro de vez en cuando caminando por las calles del centro, algunas veces está drogado. Lo conocí cuando tenía 13 años, lo llevaron casi muerto a un hospital en el que yo trabajaba. Una herida abdominal que le atravesaba el alma también.
Estuvo un mes en el hospital, recuperándose y luchando con la posibilidad de infectarse. Me sentaba a su lado sin saber qué hacer. A nadie le enseñan esto en las escuelas de psicología. La técnica psicológica finalmente es tan distante de lo que es un ser humano. Su cuerpo delgaducho pedía la droga y a la fuerza empezó a desintoxicarse. Enfrentaba un síndrome de abstinencia revolcado en la cama con la fiebre.
Pasaba horas al lado de Andrés y le cantaba. Sólo le cantaba. Él no quería hablar. En las escuelas de psicología deberían enseñar a cantar. Un día, después de muchos días de quedarme a su lado cantándole la misma canción, me atreví a tocarlo. Acaricié su pequeña espalda de un niño débil de 13 años, un niño que había vivido en la calle la mayor parte de su vida. Me habló. Me dijo que era la primera vez que alguien lo acariciaba.
Al salir del hospital estaba “limpio” como él mismo decía. Me pedía que lo ayudara, no quería más calle. Lo llevaron a una institución a la que él no quería ir, decía que todo iba a ser igual porque allí también había mucha droga. No hice nada. No pude hacer nada.
Lo encontré meses después deambulando una calle. Drogado. “La tía que me canta”, me dijo. Lo he visto crecer durante estos 6 años. Su espalda se ha ensanchado y la voz le ha cambiado. Somos amigos. Me siento a su lado y me cuenta un poco de todo. Hablamos de otros que conocemos, algunos que han muerto, otros que han matado. Me habla de gente buena que conoce, me dice que está juicioso, que una señora lo está convenciendo para que vaya a la iglesia, que un policía lo golpeó y lo más increíble de todo, que por posesión de drogas le dieron casa por cárcel.
“Casa por cárcel…”, qué significa eso para un joven que creció en la calle. Qué quiere decir casa por cárcel. Le dije que estaba cumpliendo la pena, porque la calle había sido su casa toda la vida. Andrés se sonríe. Tiene buenos modales y jamás me pide plata. Da las gracias siempre y me saluda cariñoso.
Los niños y las niñas que están en la calle son tan niños y niñas como aquellos que están en las casas. Los niños y las niñas que están en la calle sueñan con ser bomberos, astronautas y pilotos de avión. La droga no es una decisión para ellos, la droga es el camino oscuro al que llegan sus vidas desoladas de hambre y frío, el camino desolado con el que desean olvidar los golpes y los abuso que han recibido.
Cada niño y cada niña que crece en la calle es la muestra de la manera como hemos fracasado como sociedad en el mundo entero. La manera como se nos olvidó vivir a los unos con los otros y dejamos de acompañarnos los unos con los otros. La manera en la que empezamos a marginarnos los unos con los otros hasta que nos convertimos en una especie que desprecia a sus propias crías en contra de todo designio biológico, una especie que los conduce a gélidas calles y luego les escupe en la cara cuando se los encuentra en el camino.

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